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sábado, 23 de mayo de 2020

La dosis hace el veneno


Es muy fácil escribir si crees en algo,
si tienes una idea o si te interesa un tema.
El problema viene cuando necesitas escribir
pero dentro tienes
un imperio de dos mil años de antigüedad alzado en armas,
los anillos de Saturno soltando trocitos de hielo como hojas,
un árbol en el campo, amarillo, ancho y frío,
un cadáver arrugado en una cama bajo el sol,
mañanas de invierno siendo el más solo del patio,
unas raíces de hierro que no te dejan ser feliz,
un océano que ha hundido tantos soles como miedos,
una generación que perdió lo que quería por temerlo,
un panteón antiguo que se pelea por el trigo,
un grupo de gente sin nombre,
una playa vacía donde tumbarse a dormir,
una punzada que Lorca habría sabido explicar,
una risa incontrolable que se esfuerza por arder,
un río ancho y viejo donde las rocas guardan nombres,
varios comienzos de novelas que saben que sólo serán eso,
años de luchar por jugar de delantero centro en el recreo,
un campo de batalla donde hay menos banderas que muertos,
unas ganas de existir que van a escribir aunque te griten,
un ejército de orugas que no saben qué es el otoño,
un bosque seco que aún cree en el siguiente día,
una foto desteñida de alguien que ya no sabes quién es,
unos padres que te quieren con tanta ternura que duele,
unas ganas de llorar que ni siquiera se atreven a eso,
una bestia arrogante que muerde, grita y se revuelve,
una calma inexplicable que confía en agua y viento,
un sol del sur capaz de existir sin hablar,
un silencio nacido del choque de ideas
o unas ganas infinitas de cantar con la voz
que ya hace años que nadie sabe que es la tuya.

miércoles, 30 de octubre de 2019

Argentina


Del mar llega un viento de piedras y aceite
y en la arena noto el frío que canta
el hielo allí donde la nieve fue tierra.
Recojo una piedra pequeña, redonda, lisa
como los huevos de dinosaurio de Macondo
y en ella veo nadar al pingüino
y morir a la ballena;
está mojada de un agua tan antigua,
tan ausente,
que es como una especie de reloj abandonado
que da todas las horas a la vez y me recuerda
que el frío que me limpia la cara
seguirá por ahí mucho después
de que los hijos que nunca tendré olviden mi nombre.
Nos llaman para volver al autobús y se va todo el mundo
y por un minuto, una especie de cristal perfecto
cansado y terrible y fluido y afilado,
me siento tranquilo y bien,
joven como el agua lo fue alguna vez
allí donde la nieve aún no era tierra;
y luego vuelven las piedras pequeñas que me mojan los pies
y el frío que canta
que a ver el mar se viene dos veces.

lunes, 1 de abril de 2019

Una isla con castillo

La muerte son flores y barcos en el alféizar,
una cafetería donde las tostadas no saben a nada
y dos sillones de cuero donde esperar a algo.
Son demasiados perfumes en una habitación cerrada
y pañales sucios bajo las sábanas anchas,
raíces llenas de insectos transparentes
y dos vuelos de vuelta donde no poder dormir.
Es un cenote bajo la lluvia cubierto de plantas
y una risa exagerada capaz de agrietar las ventanas;
doscientas treinta y dos tardes en la playa,
arena en los tobillos y cangrejos en las rocas.
La muerte son bocadillos caros en un bar de la esquina
y tu madre tan tranquila que parece un cumpleaños:
son primos a los que no conocías y a los que no vas a conocer
y el sol por fin en los brazos y en la piel.
Son estampas de la Virgen junto a cremas hidratantes
y maquillaje para no ver lo que no tiene pensado esconderse,
castillos hinchables con un jerséi en la cintura
y olas de dos metros que te quitan el bañador.
Es un desmayo en una terraza y tres semanas de fingir
que todo sigue como antes;
son flores y barcos en el alféizar
donde ahora estará otro.

jueves, 11 de enero de 2018

La bicicleta azul (homenaje confeso a Cortázar)

Andabas con la bicicleta por la carretera de campo cuando se te ocurrió pararte al costado a mirar unas flores rojas, no sabías cuáles y mirá que a vos siempre te ha encantado la naturaleza e incluso hiciste un curso sobre ecología, te acordás. Te paraste frente a aquellas cosas que te recordaban a cuando eras niña y ya tan lista como ahora, una niña incapaz de quedarse quieta y que bailaba su ballet particular antes de ir a clases particulares de ballet; punta, plié, relevé, siempre tuviste los deditos de los pies chicos como granos de arroz y cuando los profesores te invitaban a sugerir tu nota siempre arrugabas la nariz y te dabas al menos un punto y medio menos de lo que merecías, porque vos nunca te merecías nada para vos misma. Las flores bailaban un poco con el viento, sin barra y sin espejo, y vos pensaste que de qué carajo no se me va este frío, si no hago más que beber té y abrigarme bien, y fijate que tampoco hace tanto, que se ha estado peor acá, que esto es casi primavera. Llegabas tarde, así que te montaste de nuevo en la bicicleta con la sensación de no saber muy bien por qué te habías parado ahí al borde del camino como una pelotuda, mirá que pararte a mirar flores cuando tenés que llegar al laboratorio antes de las nueve. Y la naturaleza te gusta, sí, claro, pero una tiene que aprender a vivir, y aquí se vive así, llegando al laboratorio a las nueve y no parándose a mirar flores a las ocho y cincuenta y siete; y una tiene que saber que las cosas hay que controlarlas, porque con los años de ballet aprendiste que querer mover la cabeza en todas direcciones y dar saltitos y golpear el aire con los puños y recorrer todo el cuarto haciendo lo que hacía Lennon cuando gritaba no era bailar, y vos querías bailar. Para vos bailar era eso, y luego estudiar fue eso, y luego sentir fue eso, y luego amar fue eso, y luego vivir fue eso: y por eso no te parás a mirar flores porque ir al trabajo no es eso, pelotuda, que sos pelutuda, porque y si al jefe de departamento le da por despedirte o te retiran la beca y a ver cómo pagás el depa y el agua, que el agua no se paga sola.
Te reíste un momento sobre la bicicleta azul, como cuando te reías de cría porque le habías robado los cereales a mamá o cuando leías aquel libro que tanto te gustaba del dinosaurio con el bastón que se creía empresario, te reíste un momento porque no se te iba de la cabeza la imagen de que te estabas volviendo una compu de tanto trabajar con compus, y te hacía gracia verte allí con la naricilla convertida en el mouse y las gafitas redondas a modo de pantallita, con los ojillos marrones como fondo de escritorio. De fondo ya veías el edificio de la Universidad, la piedra llena de moho y liquen y de un marrónnaranja que era más color de árbol que de edificio, qué lindo sería trabajar en un árbol, déjate de boludeces otra vez, centrate, que hoy tenemos la reunión de las doce y no te concentrás, será el té, siempre te pasás con el té, te pone nerviosa.
Y te volviste a reír un momento más sobre la bicicleta azul, como cuando te reías de cría porque le habías robado el bolso a mamá o cuando leías aquel libro que tanto te gustaba del perro que tenía dos cabezas y hablaba dos idiomas y se confundía hablando con los otros animales, qué gracioso era y qué hocicos tan lindos tenía, vos siempre quisiste uno así. Y esta vez no supiste por qué te reías, y se te hizo raro, porque vos siempre sabías cosas, siempre sabías las cosas incluso aunque no tuvieras que saberlas, como cuando le hablabas a los otros pibes en el parque de la muerte y mamá te retaba porque eso no son cosas para hablar, o cuando preguntabas cosas en clase y los profesores te miraban raro, vos siempre sabías la temperatura y la hora, y claro, ahora por qué carajo no sabías por qué tenías frío y por qué te reías.
Pero te reíste igual, te reíste igual y no sabías por qué, y eso te daba bronca. Tampoco te obsesionés ahora, que sos mucho de obsesionarte con las cosas, dejalo estar, mirá, ahí tenés para estacionar la bici y rápido que las escaleras son largas y qué frío va a hacer en el pasillo, claro, si es que son de piedra y estamos en febrero, y acá llueve siempre.

Paraste la bicicleta y te bajaste, y cruzaste el puentecito de piedra que daba a la entrada, y de pronto te diste cuenta de que estabas mirando el río pequeñito que pasaba por debajo, el agua fría del color claro que sólo tienen las cosas tan frías, casi nieve líquida, y vos ya sabías que eran las nueve y dos y que llegabas tarde y que la reunión de las doce y que el jefe y el agua, pero te paraste igual a mirar el río como una pelotuda, movete, andá, dale, que no llegamos; pero allí seguías, y te acordaste del río de tu ciudad, que era grande y tenía arbustos gigantescos en la orilla que eran rojos y amarillos y un templo romano cerca, y te acordaste de cuando ibas allí a intentar ver algún tiburón porque cuando eras niña pensabas que allí había tiburones, mirá qué boludez lo que pensabas, tiburones en agua dulce tierra adentro. Te quedaste mirando el agua y recordando tu niñez, y de pronto te volviste a reír, y esta vez la risa no fue como cuando te reías de cría porque le habías robado los pendientes a mamá o cuando leías aquel libro que tanto te gustaba de aquel pájaro que siempre volaba del revés, con aquellos dibujos tan bonitos que hicieron que quisieras un pájaro morado durante años hasta que aprendiste que querer tener pájaros no era eso, no, esta vez la risa fue como cuando te ponías a bailar por el cuarto y mirabas los ríos que cruzabas.

jueves, 4 de enero de 2018

A man

There once lived a man in a cave by the sea. He feared the waves and the moon, and thought the sand was like golden hands that held him fast. He craved to see the big trees of the forests far, but could never get himself to wander off farther than some hundred steps from his cold, dry, dark dwelling.
He loved the smell of the sea and its foam, and spent hours carving figures into the face of the cliff.
One day, he saw a tiny boat approaching, rocked by the northern waves, fragile to the point of looking like a bee caught in a storm. He waved with his hands, and shouted, and jumped, and eventually saw the boat point towards him.
He sat on the sand and waited.
By dusk, the boat was some thirty steps away from the shore. It was made of cheap, dirty, creaking timber, coarse and rudimentary and completely devoid of grace.
On it, standing still against the darkening clouds, was God.
He didn't have to ask, he didn't have to guess, he didn't have to wonder, he didn't have to think.
He knew.
And yet he stood still, the sand around him already getting cold and its sappy hue turning to white. He waited with his toes buried deep.
The boat reached the shore, and God walked towards him, his appearance that of a woman who knew it all. A woman who walked like the sand was just as the water she had just left behind, like the sky above them was just another side of the same figure.
'Hi', she said, and her voice was normal, slightly soft, the voice of a bored tree.
The man had not spoken to anyone for the last fifty three years, ever since his husband had died while fishing their dinner.
'Hi', he grumbled.
'You don't believe in me', she said, not asking, not exactly judging either.
'I don't', he stated. He couldn't tell whether she was beautiful or not, the sun being behind her and her eyes being whatever eyes are when they are within the face of a god.
'Well, I'm here. I wanted to tell you I'm here. And wanted to tell you I'm sorry for your husband. And wanted to tell you you are not alone', she replied.
'But I want to be alone', he said, like the ways of a god were misteriously not misterious enough to understand the obvious.
'Do you not want to be back with him after death?', she asked.
'No, I'm fine. I just want to be here, carving my carvings, fishing my fishes, warm by day and cold by night, until I can't anymore', he answered.
She didn't look confused.
'You see', he said, 'I don't need to keep living forever. I don't need anything at all. I don't need him, nor you, nor the sea, nor the moon. Not even myself'.
She looked at him for a while, staring into his eyes like there was something she didn't know.
'Fine. Will leave you be, then. Do you mind if I stay to watch the sunset?', she asked.
'No', he said.
She sat by his side and buried her toes in the sand. The whole sea seemed to tremble.
The sun went down, and then she left in her boat, and the man gestured goodbye and sat on the beach while the night spoke in foam of the big trees of the forests far.

sábado, 30 de septiembre de 2017

Hoy se ha muerto mi perro.

Hoy se ha muerto mi perro.
Era pequeño, roncaba
y parecía un murciélago
gordo y torpe.
Bajaba las escaleras tirándose hacia delante
y tenía un cerdito de plástico
que le encantaba arrastrar por el pasillo.
Hoy se ha muerto mi perro y ahora ya nadie
se va a levantar entre ladridos a las dos de la mañana
para impedir que nos roben ladrones que no existen;
ya nadie va a arañar el suelo de la cocina
ni va a roer
las patas de las sillas del salón.
Ya cuando llegue a casa
no se oirá una cacería salvaje pasillo abajo,
ni el sonido de patas que resbalan,
ni el gruñido ronco que hacía al respirar;
ahora en mi casa se podrá dormir bien
y no olerá a comida de perros ni a lluvia
en invierno.
Hoy se ha muerto mi perro y espero que sepa
que lo quise y que siempre escucharé
su forma de roncar cuando dormía;
espero que se acordara de mí,
con su vientre blanco y sus patitas de lana,
incapaz de correr más de tres minutos seguidos,
incapaz de alejarse de mi pierna si me sentaba.
Espero que sepa
que convirtió en bonito lo que siempre creí feo
y que ahora sin él
no sabemos
ni escribir
un final para un poema.

martes, 26 de septiembre de 2017

Casis

Tengo la vida llena
de cosas que casi fueron:
casi fui pianista,
casi tuve los ojos verdes,
casi me muero con dos meses.
Y, de todos los casis
que me duelen,
los peores son
las personas.
Casi me enamoro de ti,
con tus manos grandes y tus ojos pequeños,
y quizás hubiéramos olido a barniz y a libros
el resto de nuestra vida.
Casi me doy cuenta de que estaba enamorado a tiempo,
con tu ternura casi de cuento infantil,
tu acento marcado y tu forma de indignarte,
y quizás me hubieras dado las pastillas
y yo te hubiera guiado por el pasillo de casa
a plena luz del día.
Casi tenemos un futuro juntos,
casi coincidimos en querernos a la vez
con esa anarquía tan nuestra,
y a lo mejor lo nuestro hubieran sido canciones como jamás se han cantado
y una voz que nuestros nietos hubieran oído de viejos;
contigo quizás hubiéramos visto nacer fantasmas
y las flores me hubieran hecho reír aunque no estuvieras.
Contigo casi, casi fui feliz para siempre,
casi dejo de pensar en mí y en todo lo que temo,
y a lo mejor la nieve nunca nos hubiera herido del todo.
Contigo casi pudimos ser algo,
nunca sabremos qué,
algo a lo mejor hecho de letras y ciudades de árboles grises
o de entendernos tanto
sin besarnos casi nunca.
Contigo casi descubro cómo ser adulto,
con tu frente demasiado grande y tus pies mitológicos,
tus bosques de monstruos y tu mal humor de ojos tiernos.
Y además, contigos
con los que casi fuimos:
contigos de pantalones anchos y acentos del sur,
contigos de sonrisa dulce,
contigos de montañas verdes llenas de piedra
y contigos que me duelen pero no sé por qué.
Casi fui feliz con tantos casis
que a veces me pesa pensar en todos:
en todos los yos que podría haber sido y todos los nosotros
que me perdí.
Casi fui feliz tantas veces,
tantas veces nadé sin miedo y sin frío,
que a veces casi siento
que sé cómo decir
lo vivo que estoy
por haber casi sido.

martes, 27 de junio de 2017

El opuesto de la muerte no es la vida


El opuesto de la muerte no es la vida, es el sexo.
Morir se parece mucho más a estar vivo que a follar:
los silencios, el tiempo
sólo porque sí, la sal,
el vacío y el calor, la oscuridad
y el esperar sin estar ahí;
la ropa colgada o doblada en un armario,
el teléfono que ya no suena,
la sed, la tierra débil.
Estar vivo o no estarlo en realidad son detalles;
follar es distinto.
La botella de agua junto a la cama que se va vaciando,
el ruido raro y agradable del colchón,
el sudor del muslo,
la espalda que se destroza por no saber qué más hacer,
el mordisco, la nieve, el árbol húmedo,
la sal otra vez, siempre hay sal,
el flujo vaginal y la risa incontrolable
y el semen transparente y volver a existir
y dejar de estar solo de golpe
y de golpe volver a estarlo;
encender la luz, apagarla con el pie,
cambiar de canción, caminar descalzo,
los golpes en la pared  y la ducha caliente:
nada de todo eso es callado ni inmóvil,
nada de todo eso dura para siempre,
nada de todo eso se lleva consigo
las fotos ni los libros ni el dormir con sueño,
nada de todo eso
da igual.

sábado, 8 de abril de 2017

Crítica de Your Name. Primera crítica de cine.

Vaya por delante que ni soy un entendido de cine ni me encuentro entre los vericuetos del lenguaje cinematográfico más obtuso. Soy un tipo más bien simplón que disfruta de una peli palomitera, que adora Pacific Rim por atreverse a ser lo que es y que considera que una película necesita o una trama o una simbología que apoyen su tesis. Ni sé de lo que hablo ni pretendo hacerlo. Sólo pretendo hablar de algo que me indigna.

Hoy, ocho de abril de 2017, he ido a ver Your Name, aclamadísima película de animación japonesa. Iba sin hype, pero consciente de que se había dicho que era buena. Lo que me he encontrado es, en resumen muy grosso, lo que Nolan haría si hiciese anime.

A partir de aquí, SPOILERS del tamaño de los agujeros de la trama. Vaya por delante. No lean si no quieren saber.

La premisa de la película es, para empezar, muy muy poco original. Si vas a venderme tu producto como cine "de autor"/"de culto", haz el favor de currarte un poco más la idea original. It's a Boy-Girl Thing, Freaky Friday, Change-up y The Hot Chick, que no son precisamente cine de altas esferas, se basan en lo mismo para desarrollar su trama. Que encima se use esta premisa mal, en el año en el que estamos, es poco defendible.

Y se usa mal. Quiero decir, objetivamente. Si partimos de una definición meramente canónica, el "nudo" de la película, el conflicto a resolver, surge de la nada y vuelve a la nada. No tiene más razón de ser que ser. Ni está justificado ni surge lógicamente de la situación que lo antecede. En un Japón que en ningún momento presenta características de realismo mágico, de repente ocurren viajes en el tiempo en torno a la aparición de un cometa. La película, desde el principio, busca la trascendencia y la lágrima sin sutileza ni desarrollo. Donde Her, Mad Max, Once dejan que sientas lo que sientes al final como culminación lógica de un viaje en el que el cariño es la emoción guía, aquí te obligan a creerte que el amor entre los protagonistas es puro y verdadero y sus arcos argumentales son profundos y sinceros aunque no haya ni una sola razón para hacerlo. Por el amor de Dios, si ni se han conocido. Han vivido el uno en el cuerpo del otro, han hablado vía digital, pero NUNCA han charlado más de una hora. Nunca. Es más, cuando se encuentran, digamos, en el plano actual, es que ni se conocen porque se han olvidado de todo. Lo único que tienen es una intuición. Y ojitos llenos de lágrimas, eso sí.

Y no me hagáis hablar de que el comic relief se basa en tocar tetas y penes. Sutilísimo. Nada utilizado. Algo jamás visto. Por favor.

No estaría tan indignado si no hubiese escuchado gente aplaudir en la sala, si la entrada no hubiesen sido 7 euros, si la película no se abrigase con esta toga de "soy arte, mírame volar". La sobreexposición y la repetición de frases pseudoprofundas y mottos funciona cuando lo que dices es algo original/universal. Cuando es algo místico que tú te has empeñado en que suene místico, lo que hace es resultar interminable.

Que dura casi 2 horas. Y no acaba. Y tiene cortes a medio camino como si fuesen varios capítulos de anime juntos. Que la animación es buena, sí, pero nada revolucionario. Que ni uno de los personajes secundarios tiene carisma. Que los protagonistas son genéricos, el humor es burdo, la trama no da para mucho y el desenlace es casposo, alegrito y previsible. Si al menos no se hubiesen encontrado, si fuera un canto al nihilismo, mira, lo compro, con reservas pero lo compro. Pero "es que estábamos predestinados a pesar de las líneas temporales sin siquiera conocernos"... Ya me cuesta algo más. No llega a los 7 euros, lo que me cuesta.

La música es maravillosa, eso sí. Pero ni un piano precioso y unas canciones de J-Pop resultonas pueden ocultar que los "hilos del destino" son un "aquí todo vale, venid a ver cómo de místicos somos", que el crepúsculo dejó de usarse en el Romanticismo como motivo espiritual y que los símbolos, cuanto más sutiles, más efectivos.

viernes, 31 de marzo de 2017

Otra tarde de lunes

Podéis encerrarnos a todos,
si os esforzáis puede que incluso matarnos
a todos.
Podéis cerrar todas nuestras habitaciones con tablas y quemar
nuestros papeles amontonados por el suelo,
llenar de cemento nuestros parques y escupir en nuestras tumbas,
enterrar a nuestros muertos en las cunetas y a los vuestros en basílicas,
derramar nuestro vino, disparar a nuestros instrumentos, demoler nuestras paredes,
arrasar con todo lo que una vez fue nuestro y echar cal viva sobre nuestra memoria y nuestras manos.
Podéis dejarnos sin tierra y sin aire, sin tinta, sin lengua y sin ojos,
fusilarnos al amanecer de uno en uno o de quince en quince,
mutilar nuestra libertad y nuestros cuerpos,
obligarnos a usar vuestros nombres,
negarnos el tiempo, la vida, el amor, el agua y la paz.
Podéis reíros de nosotros en vuestras casas,
ser felices a nuestra costa,
gobernar para siempre y acabar
con el sexo y la duda.
Podéis hacerlo todo y algún día,
quizás,
lo hagáis;
tenéis todo lo que hace falta y siempre
ganáis
las guerras.
Podéis encerrarnos a todos,
si os esforzáis puede que incluso matarnos
a todos:
pero lo único que jamás podréis hacer
(y eso es lo único que de verdad
queréis hacer,
y por eso ya hemos ganado)
es impedir que nosotros sepamos quiénes somos,
y que nos sonriamos mutuamente al amanecer
frente a los fusiles,
y que mientras quede uno quedemos todos,
y que cuando ya no quede ninguno
aún podamos escondernos en todo lo que hace
a este mundo soportable.